Estas son, de la mano de uno de sus autores, el doctor Javier Maravall (endocrinólogo de los hospitales Nisa Aguas Vivas y Rey Don Jaime), algunas de sus conclusiones:
- El peligro de la deshidratación. Existen diferentes puntos problemáticos en la ingesta de las personas ancianas. Uno de ellos es, curiosamente, el agua. En muchos casos, uno de los riesgos más frecuentes de la tercera edad es la deshidratación, pues es habitual que el anciano tenga menor sensación de sed, y a esto se une un cierto deterioro de los riñones añosos para concentrar la orina. También es frecuente observar un aporte inadecuado de fibra en la dieta cotidiana. Ambas situaciones, junto con una escasa actividad física y los cambios fisiológicos que aparecen con la edad en el aparato digestivo, son responsables de la aparición del estreñimiento.
- Atención al aporte calórico. Por otro lado, hay que tener cuidado con las calorías, tanto por exceso, como por defecto. Nuestras necesidades calóricas se reducen progresivamente con la edad, y en muchas ocasiones la actividad física está muy reducida en los ancianos. Si no tenemos cuidado con el aporte calórico, puede llegar a resultar complicado el manejo del sobrepeso en esta franja de edad. En otras ocasiones el problema será lo contrario, una insuficiente ingesta calórica, y por tanto riesgo de desnutrición. Y por último, es importante vigilar una adecuada ingesta de alimentos con proteína de alto valor biológico, fundamentalmente a partir del pescado, clara de huevo y carnes magras, pero sin exceder en el tamaño de las raciones.
- Causas de malnutrición en mayores. El origen suele ser multifactorial. En primer lugar es importante valorar el entorno y soporte de la persona anciana. Si vive sólo, o en pareja, o en familia, o institucionalizado. Por otro lado es esencial conocer el grado de autonomía y si tiene o no limitaciones en la movilidad. Los recursos económicos pueden ser determinantes a la hora de llenar la cesta de la compra con unos u otros productos.
- La interactuación de los fármacos. Por otro lado, obviamente, el estado de salud del anciano, es decir, si existen enfermedades crónicas que obliguen a modificar la calidad de la dieta, o la cantidad, o la textura, o incluso el mismo proceso de masticación, digestión y posterior absorción a nivel intestinal. No debemos olvidar que en esta franja de edad es muy frecuente la polifarmacia. Esto significa que las personas mayores generalmente toman múltiples fármacos, y esto puede tener influencia sobre el apetito y la tolerancia digestiva, así como la posibilidad de provocar interacción en la absorción de determinados nutrientes. En otras ocasiones, el problema fundamental será la desnutrición. Un anciano desnutrido será más susceptible a enfermar, y a que el organismo tenga menor capacidad de recuperación ante la enfermedad. Y a que la enfermedad provoque más complicaciones: infecciosas, cardíacas, renales, hepáticas, etc. En definitiva, un anciano desnutrido tendrá mayor riesgo de muerte. La buena noticia es que nunca es demasiado pronto, ni demasiado tarde para mejorar. Es cierto que cambiar nuestros hábitos de alimentación resulta francamente complicado, pero es posible si el individuo lo desea y entiende la importancia de hacerlo para mejorar su estado de salud. En este sentido, la información nutricional a la persona mayor puede tener un claro efecto beneficioso, evitando la culpabilización y el paternalismo, y respetando los gustos y deseos del individuo.