Además, parece que produce una mayor termogénesis y tiene una respuesta fisiológica renal adecuada, lo que podría contribuir a la prevención del sobrepeso y de las alteraciones en el metabolismo de la glucosa.
En el nacimiento, el contenido total corporal de agua alcanza el 75% de peso corporal, un porcentaje que disminuye en el primer año de vida hasta el 60%, cifra que se mantiene en la edad adulta. También la distribución de agua en el organismo cambia de manera considerable durante la infancia: en el recién nacido, la cantidad de agua en el espacio extracelular respecto al peso corporal total es del 45%, la mayor que en cualquier otra etapa de la vida; en los adultos es el 20% y sólo se alcanza a partir de los tres años.
Por estos motivos, el riesgo de deshidratación está más presente en los primeros años del niño en comparación con los adultos, con mayor frecuencia y una mayor rapidez si no se controla el balance hídrico adecuado estas pérdidas insensibles aumentan de manera considerable durante la hiperventilación, la sudoración profusa, estados febriles o cuando se producen condiciones ambientales de baja humedad y elevada temperatura.
Otros condicionantes que aumentan las necesidades hídricas son, la alimentación con fórmula adaptada, la diarrea y los vómitos, los síndromes malabsortivos, la enfermedad inflamatoria intestinal, la enfermedad aguda febril y los síndromes endocrinológicos como la diabetes mellitus, diabetes insípida y síndrome adrenocortical congénito, sin olvidar la actividad física intensa y los golpes de calor.